miércoles, 15 de diciembre de 2021

Extrañar a la extraña.

Todos estamos desparejos. Montamos cientos de artilugios para cumplir con los mandatos de la simetría. 

Cuerpos normados. Vidas estandarizadas. Sociabilidad deshidratada para consumir sin sobresaltos (o con los sobresaltos que cumplen con la ISO 2021 del buen sobresaltar). El minué, bah.

Este blog empieza cuando decido contarle al mundo desde qué lugar me pareció atinado quedarme con una sola teta.

No es una historia sobre el cáncer. El lado impar nos habita mucho antes de que el diagnóstico saliera de su sobre y yo me sentara en un cafecito -ahora en venta- a planificar el cambio de capitán para ese navío que no iba a dejar naufragar. Pero sucede que a veces una abandona a lo impar en las sombras para seguir el baile. En cambio otras veces, como cuando lo convenido se vuelve cuchillo que corta el fluido de la vida, a lo impar simplemente  se le echa en falta.

Desde la lucidez que me presta este costurón que tengo sobre el lado derecho es que empiezamos (sí, empiezamos) el rejunte catafálico, primordálico, casi escobalgante, de muestro (mío que es nuestro) lado impar. No sé bien cómo queda posicionada la disparidad (si en el lado que tiene, en el lado al que le falta, en el lado que sobrevuela carencia y presencia, o el lado que nos sostiene a todas tan chejemente). Pero los radares, los sonares, las representaciones cuadránticas y matriceras del mundo tampoco pueden ayudarnos a definirlo.

Se hace desde la tripa del momento.

Y con la blanca palidez de esta pantalla (?).

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